A la muerte de Fernando ‘el Católico’, el 23 de enero de 1516, el testamento otorgó al cardenal Francisco Jiménez de Cisneros la Regencia del Reino de Castilla hasta que el joven príncipe Carlos (futuro Carlos I de España) llegase a la Península para ocupar el trono, ya que en ese momento aun se encontraba en Flandes. En este momento de la historia, el Arzobispo de Toledo y Primado de España ya contaba con 80 años y esta etapa duraría casi dos años.

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A pesar de ello, el anciano cardenal mostraría unas grandes dotes para la política y para llevar la gobernación de España, en un periodo de una incuestionable inestabilidad dentro del territorio, en parte por los que querían aprovechar la oportunidad para situar a Fernando, hermano Carlos, en el trono español. Esto aceleró los acontecimientos y provocó que Carlos fuese proclamado Rey de Castilla y Aragón en Bruselas, cuando aun Juana era la legítima Reina.

Volviendo al tema central del artículo, algunos se alegraron de lo que Francisco Jiménez de Cisneros había conseguido lograr durante su vida, llegando incluso a gobernar el Reino a través de dicha Regencia a una edad tan avanzada.

En su pueblo natal, Torrelaguna (Madrid, España), un labrador de este lugar se mostró muy satisfecho de ello, por lo que dándose importancia solía decir: “¡Qué fortuna para él y qué gloria para mi, que he sido su maestro!”. El cura del pueblo, que le oyó decir esto, le preguntó: “¿Qué pudiste enseñarle tú, que ni siquiera sabes leer?”.

A lo que el rústico le respondió: “Le enseñé a silbar”.

Otra anécdota que al parecer sucedió en este periodo, aunque no se ha podido documentar su autenticidad, fue cuando el cardenal Cisneros se trasladó a Madrid a raíz de su nuevo puesto como gobernador del Reino de España. Francisco tendría su residencia en casa de Laso de la Vega, la cual algunos sitúan en la plaza de la Paja, y otros entre la calle del Sacramento y la plaza de la Villa.

Algunos nobles de Castilla, al ver la debilidad momentánea del Estado intentaron sacar beneficios por lo que fueron a visitarle. Entre ellos, se encontraban el Duque del Infantado, el Conde de Benavente y otros grandes de la nobleza española para solicitarle que les mostrara que poderes tenía él para gobernar el reino.

Según cuenta esta leyenda, el cardenal sabía perfectamente como era el carácter de estos nobles y como había que tratarles, por lo que abrió el balcón de la estancia y les mostró las piezas de artillería que se encontraban frente a la casa, diciendo: “Éstos son mis poderes”.

Fuentes:

– ‘Historia de España, vol. 6: La España de los Austrias I’, Antoni Simón Tarrés.

– ‘El libro de los cuentos’, Rafael Boira.

– ‘Las anécdotas de la política. De Keops a Clinton.’, Luis Carandell.


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